No limpio cristales.

EnnaSwan
2 min readOct 16, 2020

Estamos.

Hay refrescos en la nevera y dos palmeras de chocolate sobre la mesa. Son dos como podrían ser una. Ninguna eran otros tiempos.

He cambiado de sitio mi dependencia. Antes iba asociada a lo pesado, a lo estable, a lo sólido. Hoy trasteo desde lo efímero y portátil, como el teclado que estrené hace días y se ha convertido en parapente para mis dedos, un clac-clac suavito descendiendo desde dentro y de arriba hacia abajo.

Estamos y hace frío. Casi rozando la helada la mañana empieza desdibujada entre la niebla. Debo cambiar mi paisaje o dejaré de sentirlo amable. Me pinchan las púas de los ladrillos de enfrente, me ahoga tocar con la vista sin gafas las ventanas, las deportivas aireándose de la vecina, del niño de la vecina, las bocas que sin saber la distancia pronuncian palabras que se cuelan por mi ventana y me hablan, me dicen, me cuentan cosas sobre las que no quiero saber ni saber nada. Me gustan, eso sí, los platos al rozarse, el agua que se vierte sobre los vasos, el tlin tlin de los cubiertos, los sonidos de lo que ocurre como si los leyera en braille.

No hay hoy coladas en los tendales.

Mis ovarios, ya cansados, siguen sin rendirse. Ojalá el cuerpo dejara de resistirse cuando hace tiempo que crear vida se convirtió en una elección y no en un ciclo imperativo. La vida se empeña y se conjuga siempre en imperativo. Y duele.

Estamos hastiados. Así estamos.

Tras la niebla hay otoño. En los arces, en los nogales, en los cerezos, en los chopos tiñendo de pan de oro los caminos embarrados. Si el sol se posa en un instante y de paso coincide con el aire, un pequeño tornado dorado y brillante se eleva hacia el cielo mientras intento acariciarlo. Se me pasa la vida así, rozando intangibles, queriendo abrazarlos.

Tengo los dedos negros de pelar las nueces. He dejado de comerlas maduras, pero verdes y blancas son irresistibles, una explosión crujiente en la boca de yodo y tierra, que se pega a mi lengua como tu piel cuando estamos, cuando estamos jugando a mordiscos, a paladearnos, a buscar el sabor como si fuera el sabor de nuestras vidas, esas que llevamos.

Se ha posado un pájaro en el alfeizar. No me ha dado tiempo al tuiter ni al instagram, ni tan siquiera lo he intentado.

Hace años un pájaro se estrelló contra el cristal de la ventana del salón. Se mató del impacto. Ocurre muchas veces, más de las que nos pensamos.

Ya no limpio cristales. Prefiero ver los pájaros acercarse sin miedo, ver venir la vida cómo se acerca desnuda hacia lo que parece deshabitado.

Estoy. Estamos.

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