Apnea dinámica, peces y flores, y alguna naranja.

EnnaSwan
3 min readFeb 26, 2020

Una playa de Zanzíbar, vacas con joroba paseándose como turistas sin prisa, ya hechas al medio. Huelo el sol húmedo y la arena arde como si tuviera fiebre.

Me miro en los cristales de tus gafas superfashion, veo mi frente arrugada, tres surcos finos como cicatrices de nácar que me apetece tocar, recorrer con la punta de mis dedos. Mi cara brilla hidratada. El sudor, que hace milagros.

Huyo del sol apretando los ojos, apretando los dientes. Si no fuera por el sonido del mar hace tiempo que me hubiera enterrado bajo la arena de la playa.

A dos metros de mí una mujer limpia pescado. Otra lava el pescado. Otra separa en dos cubos las cabezas y los intestinos. Otra se lleva los cuerpos comestibles de los peces y los pone a la sombra en un cubo más grande lleno hasta el borde de agua salada. Hay más color en sus ropas que en todo este paisaje inerte. Levanto la vista y el mar es a ratos verde, otras azul, otras marrón como tus ojos con la luz de la mañana. No sé si me estoy mareando. Probablemente. El calor y el sol. Tanto y tanto pescado. Vacas y pescado.

Tengo los puños raídos, desgastados. Seguramente haya agujeros por otras partes pero me siento protegida, ligera y cómoda. Flaca sin estarlo. Cubro mi cuerpo solo por arriba. Sé que regresaré con las piernas tan blancas como cuando llegué. Tan solo mis pies podrán decir que pisé esta arena, estos días iguales de arriba abajo. A veces salgo a caminar por la orilla de la playa y regreso cuando sube la marea, cuando me escuece el agua. Mientras tanto algunas barcas faenan cerca, hay aguas profundas y muchos peces. Nadie mira a nadie. No es necesario. No es necesario.

Aquí todo el mundo sabe que a los peces les gustan las flores. Flores grandes y sensuales, flores donde poder frotar su piel en busca de caricias. Nadie acaricia a los peces fuera del agua. Si pudiera dibujarte serías un pez con escamas doradas y brillantes y yo miraría cómo te vas acercando despacio, nadando a mi alrededor entre mis hojas y ramas. Porque yo aquí soy un naranjo bajo las aguas, una naranja partida en dos que brota para bañarte en un agua dulce y fresca, refrescante.

Estos días he pasado algún rato sumergida. Buceando en apnea dinámica entre tus ingles, entre el pliegue detrás de tus rodillas, sobre ti y tus bancos de corales. Cuando subo a la superficie hay espuma de mar en mi pelo. Te miro a los ojos y cojo aire. Al despertar, una costra de sal se ha depositado en mi cuerpo y te miro recogerla despacio con tu lengua, con tus labios. Nada mejor que dejarse.

Por la noche hay que cerrar la puerta para que no entren los animales. Esta playa es de los pescadores y yo aquí no pinto nada. Ellos lo saben. Han pasado varios días y sigo oliendo a extraño. La curiosidad no tiene dueño. La curiosidad viene a buscarme.

Dejaré un sobre sobre la mesa cuando me vaya, con peces y naranjas y flores, un sobre bonito y nuevo, holandés pintado a mano. Y habrá una postal idéntica dentro, sin palabra alguna, sin ninguna palabra. Cuando me vaya quedará eso, un sobre extraño sobre una mesa gastada. En esta cabaña oscura la luz se cuela a través de un tejado deshidratado.

Quizá alguien entre en esta cabaña y quiera escribir algo a alguien.

Quizá quiera hacerlo y echarse luego al agua y sumergirse buceando en un mar donde los peces se pasean entre naranjas y flores, entre flores y naranjas.

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